sábado, 20 de diciembre de 2008

GALICIA

PRÓLOGO

Galicia es una nación creada durante el Imperio Romano en base a la etnia mayoritaria de los calaicos o galaicos, respetada con las invasiones germánicas de suevos y visigodos, y fragmentada posteriormente a causa de la invasión islámica. Cuna de otros reinos como Asturias, León y Castilla, y embrión de dos grandes Estados: Portugal y España.

Nada estoy inventando en la anterior definición, y para confirmar lo expuesto, ahí está el Corpus Diplomático de la Edad Media. Léanse la correspondencia entre reyes, emires, y con la Santa Sede entre los siglos V y XI, y se comprobará el anterior aserto.

Hasta el siglo VIII Galicia conservaba practicamente intacta su demarcación territorial dividida en tres provincias: Asturcense, Bracarense y Lucense. La primera de las mismas bastante recortada en su parte oriental, pero conservando los territorios de Asturias, León y parte de Cantabria. La provincia Bracarense en un principio tenía al río Umia (Valle Salnés, Pontevedra) como frontera norte, alejada más tarde hasta el Miño y rematando por el sur con el río Duero, lo que hoy es el Portugal norteño. Por último la demarcación provincial Lucense, que corresponde casi al actual territorio de Galicia. Todo ello de la Gallaecia romana, de la que se formó el Reino Suevo de Gallaecia, primer reino independiente de la Península, y frustrada tras la expansión árabe.

Galicia en la tardía antigüedad daría nombres tan universales como el heresiarca Prisciliano, los historiadores Idacio de Chaves y Paulo Orosio, el Papa San Dámaso I y el emperador romano Teodosio I el Grande. Toda una pléyade de encumbrados personajes que jalonan el tramo final del decadente Imperio Romano.

Se desarrolla la etapa medieval en la creciente y floreciente corriente monacal que invade todos los rincones, asentándose en lugares propicios, al margen, pero no de espalda al problema sarraceno. De hecho la “razzia” de Almanzor en el año 997, matendrá siempre en alerta a Galicia ante posibles ataques musulmanes, aunque no pudo evitar una serie de oleadas procedentes del norte de Europa: los vikingos o normandos.

Asombra nuestra lírica más allá de las fronteras de Galicia, fundiéndose en un solo lenguaje y aspiración con la naciente Portugal. ¡Qué bellas melodías surgen al amparo de la lírica provenzal tan arraigada en nuestra Tierra!

El Camino de Santiago, trae ciertamente peregrinos, pero también es un trasvase de culturas, de pensamientos, de modas, de sueños y frustaciones. Ante la tumba del Apóstol -Santiago o Prisciliano- Compostela compite con Jerusalén y Roma. Un privilegio de la fe surgida del fondo de millones de corazones, que caminan día a día, noche a noche, por rutas de ensueño y de misterio. ¿Qué puede importar saber quien se halla en la enigmática cripta compostelana? La fe mueve montañas, crea ilusiones y hace que el corazón humano, al igual que Anteo cobre fuerzas cuando toca las fibras del desánimo. El alma del intelectual o del simple leerá claramente en el libro de piedra del Pórtico de la Gloria, la obra cumbre del románico universal. La mayestática figura de Santiago el Mayor nos recibe al entrar, y nos despide la humilde imagen del Maestro Mateo, “O Santo dos Croques” en la salida.

El protagonismo personal de estos difíciles tiempos en que la capital de Galicia se halla ubicada en León, la hallamos en Gelmírez, creador del Arzobispado de Santiago, no sin pagar por ello un alto precio territorial: la Galicia del Sur, la Gallaecia Bracarense se separa definitivamente, tras acuerdos reales y de la chancillería vaticana, naciendo así el reino de Portugal, con su primer monarca ya independiente Don Henrique I, yerno de Alfonso VI. Políticamente distintos, alma y lenguaje siguen y seguirán unidos. La pregunta eterna y profunda de aquella viñeta inmortal de Castelao: “Os da outra veira do río Miño, ¿son máis extranxeiros que os que de Madrid?”.

Percorriendo los tiempos, cabalgando a lomos de la Historia, observamos como Galicia va perdiendo protagonismo. El feudalismo crea una profunda división entre la nobleza y el clero con respecto a la clase llana, al estamento menos privilegiado. Con una realeza lejana e incapaz de controlar a los grandes y muchos de ellos déspotas señores de horca y cuchillo, Galicia va quedando arrinconada en las distintas cortes castellanas. La estepa nunca comprendió los problemas de la Tierra nutricia. Más pendiente de la lucha contra el árabe, la división galaico-castellana no sería sólo territorial, sino también política e incluso religiosa. Con todo, hombres y riquezas del reino galiciano serían destinados a la pomposamente llamada “Reconquista”, eso sí, con grandes privilegios para las altas capas sociales (alto clero y señorío), y con un enorme desprecio para la honrada clase trabajadora.

La división y los privilegios crean odios, y por ello el siglo XV conocería dos guerras sociales (las primeras en la Europa continental), donde la masa proletaria toma conciencia de su fuerza y se alza en armas contra la oprobiosa clase parasitaria de los señoríos. Caen castillos y fortalezas, huyen los opresores, y Galicia bajo la égida irmandiña conoce lo que siglos más tarde será la trilogía de la Europa libre: Libertad, Igualdad y Fraternidad. Pero los tiempos todavía no habían llegado, y los halcones se unen esta vez en una sólida piña para recuperar sus privilegios. La realeza castellana favorecedora en un principio de esta causa, traiciona las ilusiones del pueblo, y hace que vuelven los propietarios de la horca y cuchillo a retomar sus inhumanos privilegios. Dios y los Hermanos de Galicia, el lema de esta protorevolución social europea, se convierte en una desilusión de siglos.

Con los Reyes Católicos como protagonista de una política centralista y unificadora, todavía se alzan en Galicia caudillos temerosos de perder sus privilegios: Pedro Madruga, y el Mariscal Pardo de Cela. Pero Galicia se halla más dividida que nunca. La nobleza siempre voluble, y procurando salvaguardar y acrecentar sus fortunas, apoya en este sentido a la monarquía castellana, también divida entre Isabel y Juana la Beltraneja. Los dos personajes gallegos anteriores, apoyados por Alfonso V de Portugal, entran en escena con Galicia como telón de fondo. La fortuna de las armas se alía con Castilla. Madruga se refugia en Portugal y el Mariscal sería decapitado en Mondoñedo. La suerte estaba echada. La Corona castellana decide sacar a todo combatiente gallego con destino a la guerra de Granada, y en “recompensa”, meter en Galicia a una legión de funcionarios y altos cargos foráneos para controlar la administración y el estamento eclesiástico. Es lo que un historiador de la época definió como Doma y castración de Galicia.

Galicia queda asimismo a trasmano de la gran carnicería y genocidio cometido en el recién descubierto Nuevo Mundo. A los gallegos no nos pueden tachar de intolerancia o saqueo de bienes y de vidas en el continente americano. De Galicia no salieron destructores de culturas, ni fanáticos que actuando en nombre de Dios, forzaron conversiones y callaron la impunidad del conquistador. Galicia no dio conquistadores, pero sí legisladores, virreyes cargados de tolerancia, e incluso más tarde toda una corriente migratoria que puso en pie y funcionamiento el entramado humano y social de gran parte de Sudamérica (Argentina, Uruguay, Paraguay…) y de las Antillas (Cuba, principalmente). Próceres como Simón Bolívar, San Martín, Bernardino Rivadavia, Faustino Sarmiento… llevan sangre gallega.

Los siglos XVI y XVII semejan que Galicia se halla aletargada. De hecho olvidados y postergados sí que estamos. Ya con el siglo XVIII, emergen grandes sabios como Feijoo, Sarmiento, Cornide, Domingo Fontán…, lumbreras que preparan el camino del Rexurdimento del siglo XIX, con Rosalía, Pondal y Curros como exponentes de la poesía galaica.

Como si de un Renacimiento se tratase, la eclosión del arte barroco crea la maravilla mundial en piedra de la Fachada del Obradoiro de la catedral compostelana. Se podrá no conocer Santiago, pero su portada catedralicia traspasó todas las fronteras, y hoy es el símbolo más universal de Galicia. Es el “Finis Terrae” del peregrino, el umbral que nos lleva a la cripta del misterio, al arca de la fe.

Los inicios del siglo XIX conocen la invasión de España por parte de las tropas francesas de Napoleón, dando con ello origen a la denominada Guerra de la Independencia. La tierra galaica sería la última zona española en ser invadida -no conquistada-, donde el valor gallego puso de manifiesto, que aunque hallándose solos sus habitantes, supieron sacudirse el yugo extranjero, siendo la primera zona de la Península en quedar libre de la influencia militar y política gala. ¿No fueron acaso sus soldados ensalzados sobre los demás de España por el mismísimo Lord Wellington, el único que fue capaz de derrotar a Napoleón en batalla campal?

Tampoco está ajena Galicia a los avatares de la política nacional librada entre Absolutistas y Liberales, y en 1820 se alzaría contra el mismísimo Fernando VII proclamándose la Constitución de Cádiz por Quiroga y Riego, en un desesperado intento de frenar el despotismo borbónico que anquilosaba la conciencia moral, política y religiosa de toda una nación.

El siglo XIX daría en Galicia una serie de próceres que también abordamos en el presente trabajo.

Ya en la XX centuria asistimos a las luchas de las clases obreras y políticas: Pablo Iglesias, Eduardo Dato, José Canalejas, Montero Ríos… están presentes de una u otra manera en los entretejidos de la política hispana. Méndez Núñez será el almirante que prefiera honra sin barcos que barcos sin honra…. Ya más adelante, la Dictadura de Primo de Rivera significará una nueva involución en la libertad política, hasta que en 1931, triunfa la II República, y en Galicia, como en el resto de España, los aires de la Libertad auguran unos nuevos y renovadores cambios que nunca parecían llegar. Galicia aporta a la política nacional próceres de distintas tendencias: Portela Valladares, Casares Quiroga, Castelao, Madariaga, José Calvo Sotelo… Se lidia en los ruedos políticos. De 1934 a 1936 es la CEDA de Gil Robles la que gobierna España. Las elecciones de febrero del 36 significan un vuelco en la política al triunfar la coalición de fuerzas de izquierda con el nombre de Frente Popular.

Esto significaba un cambio demasiado radical, y las fuerzas reaccionarias de la derecha, junto con gran parte del ejército, de la burguesía y del clero, se unirán para levantarse en armas contra la República, y el asesinato de Calvo Sotelo será el pretexto para ello. Pronto otro militar gallego, el general Francisco Franco se pondrá al frente de esta sublevación, y a partir de octubre de 1936 hasta noviembre de 1975 será, según la leyenda de las monedas en circulación, “Caudillo de España por la gracia de Dios”, aunque no de la legalidad ni de la democracia. Su bravata le había costado a España un MILLÓN DE MUERTOS, miles de personas en el exilio, y un país literalmente destrozado social y económicamente.

Se cierra el libro con la mayor catástrofe ecológica ocurrida en la Península Ibérica. Las imágenes del Prestige dieron la vuelta al mundo. Entre los políticos gobernantes INCOMPETENCIA Y DESPRECIO, y entre el pueblo DIGNIDAD, UNIÓN y LUCHA. El lema de NUNCA MÁIS fue y es bandera contra la corrupción y el caciquismo.

Para la Historia que es eterna como el mismo tiempo, o como Dios para los creyentes, quedan los nombres de todos los HERMANOS que lucharon contra la hidra del chapapote, con sus propias manos, con su esfuerzo y sus lágrimas. Para los otros, el eterno baldón que la Historia reserva para los cobardes y los que tratan de ocultar los hechos con mentiras y dinero. Al igual que en la Roma clásica, la AUTÉNTICA GALICIA NO PAGA NI RECONOCE A LOS TRAIDORES.

Solobeira 20 de diciembre de 2008.